SE PUEDE AMAR POR REFERENCIA
PALABRAS PRONUNCIADAS EN EL SALON DE EXPRESIDENTES DE LA CORTE SUPREMA DE JUSTICIA DE COSTA RICA, EN SAN JOSE, EL 7 DE FEBRERO DE 2006.
Ante todo, Sr. Presidente, Magistrados y Magistradas, amigos y amigas todos y todas, recibo este reconocimiento, como no podía ser de otra manera, a nombre de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), de la Oficina Subregional de la OIT para Centroamérica, Panamá, la República Dominicana y Haití, con sede en San José y, por supuesto, en las personas del Director General de la OIT, D. Juan Somavía, del Director Regional de la OIT para las Américas, Dn. Daniel Martínez y de Da. Gerardina Gonzalez Marroquín, Directora de la Oficina Subregional.
Acaso no sea necesario decir, pero me veo obligado a ello, que si algún aporte rescatable y por modesto que sea pude tener el placer de brindar lo fue obviamente por la decisión y confianza del Sr. Director General, al destinarme hace más de cuatro años y medio a la Oficina Subregional de la OIT, en San José. Con él, muy especialmente, tengo comprometida mi gratitud y mi reconocimiento.
Como funcionario que soy, naturalmente, no puedo ni debo ser objeto de reconocimiento personal alguno. El que corresponda lo será, y estoy seguro que así ustedes lo entienden, a la Organización a la cual me honró servir y en las personas de mis superiores sin cuya decisión y apoyo poco o nada hubiese podido este servidor aportar.
Pero en un plano estrictamente personal al que me siento obligado por muchas razones que van desde un cúmulo de sentimientos hasta una eterna gratitud, permítame, Señor Presidente, amigos y amigas, todos y todas, unas palabras que, naturalmente, solo a este servidor comprometen; que ninguna relación guardan con mi condición de funcionario de una organización internacional y que, seguramente, resultarán al final más intimas que inteligentes.
Les habla, con el brindis de su generosidad y paciencia, un amigo, no esta vez al menos un funcionario, dicho sea sin perjuicio de lo que ha quedado dicho, que quisiera homenajear a Costa Rica y a los costarricenses por tantas y tan trascendentales razones.
Seguramente ocurre que, como decía el poeta José Emilio Pacheco, “hagamos lo que hagamos, siempre estaremos en la actitud del que se macha. Así vivimos siempre, despidiéndonos”. Se trata, les confieso, de un corolario anticipado de una nostalgia que bien sé me acompañará, acaso para siempre. Enseñaba Milan Kundera (La ignorancia) que <<en griego, “regreso” se dice nostos. Algos significa sufrimiento. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar>>.
Quisiera confesarles que siento ya una profunda nostalgia que trae causa de razones, motivos, historias personales y, naturalmente y desde ya, de un saldo deudor pendiente con los recuerdos.
“Se puede amar por referencia”, escribió alguna vez el filósofo Baruch Spinoza. Les confieso que pocas cosas en mi vida pude comprobar tan hondamente y tan de cerca.
Hace unos cuantos años ya, entonces este servidor un profesor de Derecho del Trabajo de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) de Caracas, recibí una llamada de una profesora de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Marisela Padrón Quero, socióloga a la sazón, quien había sido designada Ministra del Trabajo de mi país, la primera mujer que se encargaba de ese despacho en toda su historia. Me ofrecía ser su Director del Trabajo, lo que acepté con honra y lo que llevo a gala pasado ya tanto tiempo.
Un día de aquellos en un restaurante céntrico de Caracas donde almorzaba -no sé porqué pero tengo para mi que la gastronomía suele ser el grato marco de las cosas al final más trascendentales de la vida- alguien a quien saludaba y me felicitaba me dejó caer que era yo parte de la cuota del grupo Costa Rica cuya representante en el gabinete de aquella época era, precisamente, la Ministra del Trabajo.
Regresé al Ministerio con la curiosidad intelectual que imaginarán, si bien procuré no trasmitirle a mi interlocutor el desconcierto que me suponía el no descubrir de momento el sentido exacto de sus palabras, y le conté a la Ministra, inmediatamente, lo que acababan de decirme; ella por primera vez y aquel día me habló de este que ahora es mi país de escogencia.
Ocurría que algunos de los años más inolvidables de su infancia habían trascurrido en la San José de los años cincuentas. Su familia, como tantas otras, hicieron de Costa Rica su tierra para siempre, tuvieron patria aquí entre ustedes, vieron crecer a sus hijos y se casaron con esta tierra de gracia para toda la vida.
A la caída de la dictadura militar, el 23 de enero de 1958, los exiliados venezolanos regresaron apresuradamente. No alcanzo a imaginarme el saldo de los sentimientos encontrados; querer regresar y no, al mismo tiempo. Un avión partió del viejo Aeropuerto de La Sabana, aquellos días, llevando de regreso a trece de los más ilustres exiliados venezolanos. En ese vuelo iba de pasajero Rolando Grosscors, quien está aquí con nosotros, lo que le agradezco infinitamente, muchos años luego Embajador de Venezuela en Costa Rica, quien llegó a San José siendo un muy joven estudiante universitario. Rolando, fraterno amigo, más tico que yo, apenas y que conste, por razones de edad, por ningún otro, a quien la vida me brindó reencontrar en San José tantos años después para poder decirle delante de todos ustedes -y abusando de su generosidad- que somos compatriotas dos veces y para siempre.
En él quiero simbolizar y rendir homenaje a aquella generación de mis compatriotas que con su esfuerzo y perseverancia lograron encadenar el más largo e ininterrumpido periodo de gobiernos civiles, electos democráticamente, que conoció mi otro país en toda su historia republicana.
Desde aquella tarde cuando comentaba a la Ministra Padrón lo que me habían dicho poco antes, visto a la distancia de estos años, puedo decir que comencé a amar a Costa Rica; entonces y ciertamente por referencia, ahora por la más sentimental y definitiva de las vivencias y de las opciones, esas que signan la vida. Aquel día, por primera vez y sin haber venido nunca antes, puse un pie en Costa Rica y les aseguro que fue para siempre.
La historia contemporánea de mi otra patria se escribió con mucho aquí, en este pequeño gran país. En la década de los años cincuentas y durante un buen tiempo, tres compatriotas que luego serían, en distintos momentos, presidentes de la República -cuatro han debido ser sino hubiera sido por la injusticia histórica que privó al maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa de alcanzarla- vivían muy cerca, el uno del otro, aquí en San Pedro de Montes de Oca. Pero mucho antes, la dictadura del General Juan Vicente Gómez había eyectado al exilio a lo mejor de la juventud universitaria de aquél tiempo. Así en 1929 y de la mano sabia y ductora de Don Joaquín García Monge, Rómulo Betancourt, para muchos entre los que me cuento, el personaje más rutilante del Siglo XX venezolano, llegaba a Costa Rica en su primer exilio costarricense. Desde aquí, que duda cabe, se echaron las bases para la instauración de la más larga experiencia de gobiernos civiles en un país que sufrió desde su alumbramiento como República la desgracia de la autocracia y del militarismo.
Pero la vida, les decía, me regaló otra patria: mi patria de escogencia, la decisión más fraternal, madura, profunda y definitiva de mi vida. Por eso aquí en esta mi otra patria vivirá para siempre y mientras Dios me de la vida el otro lado de mi corazón.
Llevo a gala sentirme “tico”; nacional de un país que abolió el Ejercito y que en un día glorioso para la historia de Costa Rica, pero también del Mundo, libró desde entonces y para siempre a este pueblo querido de la tragedia del militarismo; de un país que le declaró la paz a la humanidad, cuyo primer presidente fue un maestro y que evidenció más de una vez las bondades de la civilidad, del sugrafio efectivo, del diálogo entre pares.
Les confieso que nunca entendí muy bien eso de la “Suiza de América Central”; bastaba para ser más riguroso destacar que América tuvo y tendrá su Costa Rica.
Pero más allá de la historia personal o colectiva, la patria de escogencia lo es, por sobre todo, por los afectos, por las fraternidades. Aquí estarán para siempre buena parte de mis más fraternales afectos, de esos que el tiempo acrecienta, de esos que se extrañan toda la vida. Decía el poeta que “el silencio es el lenguaje del alma”, precisamente por ello, nunca se quiere más hondamente que cuando las circunstancias y la lejanía nos hacen abrazar el silencio, como una forma de expresión poética y por ende vital e imprescindible para subsistir.
Por ello llevo a gala tener, también, mi familia de escogencia que quedan aquí para, sencillamente, hacernos ilusionar con la esperanza de cada reencuentro. En Bernardo van der Laat y Anabelle, en Víctor Morales y los suyos, en mis colegas de la OIT, en Gerardina González Marroquín, mi jefa y mejor amiga, la primera Directora Costarricense de la OSR de la OIT para América Central, Panamá, la República Dominicana y Haití, en Da. Flora Núñez, a quien tanto debo, y en tantos otros que no menciono apenas por no permitirme una omisión que lamentaría, quiero simbolizar a mi familia de escogencia y reiterarles mi afecto fraternal y mi solidaridad que durará una vida.
A Enrique Brú Bautista, mi primer jefe en San José, a Arturo Bronstein, mi amigo, maestro y colega, cuyo amor compartido por Costa Rica terminara hermanándonos para toda la vida, a ustedes Sres. Magistrados y Magistradas, al Presidente de la Corte Suprema de Justicia, a Dn. Orlando Aguirre y a los integrantes de la Sala Segunda, a nuestros mandantes y constituyentes, a los sindicatos y a los empleadores costarricenses, a los jueces del país con quienes tanto compartí ratos inolvidables, a Bernardo, una y mil veces, quiero agradecerles el haber posibilitado que viniera aquí este servidor a ganar otra patria y, desde luego, el haberme permitido vivir éste, uno de los días más inolvidables de mi vida. Historia que le contaré a mis hijos a quienes si en algo pido a Dios haberlos influido es en que conmigo compartan, como lo creo, este amor profundo por Costa Rica que siempre fue, además, como una plataforma de lanzamiento para terminar queriendo a este Istmo Centroamericano, para siempre, y desde lo más profundo de mi corazón.
Pero debo despedirme ya y quiero hacerlo hablándole a Costa Rica, como un enamorado ilusionado, deseoso de enamorar y acaso temeroso de un rechazo. Y para ello me hubiera gustado escribir algo parecido al verso de Rafael Alberti (Marinero en Tierra, 1925) el poeta de Cádiz, y por eso mismo y por su gloria, el más caribeño de los poetas españoles de cualquier tiempo:
“Dime que sí,
compañera,
marinera,
dime que sí.
Dime que he de ver la mar,
que en la mar he de quererte;
compañera,
dime que sí.
Dime que he de ver el viento,
que en el viento he de quererte;
marinera,
dime que sí.
Dime que sí,
compañera,
dime,
dime que sí”.
Muchas gracias y hasta siempre.
Humberto Villasmil Prieto.
San José, 9 de febrero de 2006.